Ayer
todos los periódicos de Asturias, y también de España y parte del extranjero,
incluían en sus cabeceras de deportes la gozosa noticia: “Carlos Slim, nuevo
propietario del Oviedo”. En todos se narraba después, con mas o menos detalle,
la extraña historia de amor entre el hombre más rico del mundo y un histórico
club, ahora venido a menos, del fútbol español. Contaban como una llamada en
plan de broma de un periodista había calado en uno de los lugartenientes del
magnate, como habían estudiado las cuentas, como habían asistido, supongo,
asombrados a la respuesta de la afición de la ciudad y también de aficionados
al fútbol (o no) de todo el mundo, y como el Ayuntamiento daba su apoyo sin
fisuras al Consejo de Administración para que negociara con la discreción
necesaria.
El
resultado lo sabemos todos: una sociedad que iba a entrar en causa de
disolución recibió dos millones de euros por suscripción de acciones por parte
de particulares y pequeños accionistas, y otros dos que salieron del bolsillo
del mexicano, consiguiendo, en dos semanas auténticamente mágicas, la salvación
económica del club y un aumento exponencial de su popularidad, tanto en España
como en el extranjero. Final feliz, por fin, para el Oviedín, después de once
largos años de despropósitos. Alucinante la respuesta de los seguidores de un
club de Segunda B que consiguió llamar la atención del número uno de Forbes.
Pero
yo me imagino algún final más feliz aún. Algo más propio para estos tiempos que
corren. Por ejemplo, imaginar que el club, ante la masiva respuesta de los
aficionados, y ante la pavorosa realidad social que se vive en estos momentos,
hubiese hecho un llamamiento a la afición para que esas aportaciones se
destinasen a evitar los desahucios en marcha en la ciudad. O el cierre de
negocios. Puede que muchos despidos. Con dos millones igual resuelves treinta,
cuarenta, cincuenta casos desesperados. Y, ante la respuesta positiva, o la
amenaza de retirar sus depósitos, de la gente, los bancos aplicaran una
moratoria provisional a la espera de recibir el dinero. Y que, el Ayuntamiento,
sensibilizado, apoyase esta causa, paralizando los trámites de su competencia.
Y que, a través de la llamada medio en broma de un periodista, llegara a los
oídos del millonario que hay un club de fútbol que prefiere su propia
desaparición a la ruina de su gente. Y se le aflojara el muelle y con el muelle
la cartera, y soltara los dos millones y otros dos para acabar el año.
Si
que sería un hermoso final. A la americana. El club de fútbol que prefirió la salvación
de las personas encuentra, como premio, la suya propia. La riqueza fruto de la
iniciativa solidaria. Un auténtico cuento de Navidad. Solo eso, un cuento. Mejor
y más bonito que este cuento que tenemos, que no está nada mal.
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