jueves, 15 de noviembre de 2012

PERFORMANCE TRAGICÓMICA


Vamos a imaginar, en una ciudad cualquiera, una avenida grande, de esas de tres carriles en cada sentido, que pase cerca de los edificios administrativos desde donde se gobierna la comunidad, ciudad, estado o cosa, según toque. Lo habitual: un montón de coches, semáforos y, aprovechando cuando se pone el rojo y todos paran, los habituales gorrillas o mendigos, ofreciendo pañuelos de papel, encendedores de plástico, estampitas, o pretendiendo limpiar los parabrisas de los vehículos a cambio de la voluntad.

Ahora visualicemos a un fulano metido en su coche, apoyado en la ventanilla abierta mientras apura la última calada del cigarrillo, mirando distraídamente al frente. Ve venir a un individuo con una camiseta oscura encima de la camisa; en la mano izquierda sostiene un cubo del que sobresale una bayeta sucia, mientras en la derecha sostiene, brazo en alto, una rasqueta limpiacristales. Ve que se le acerca sonriente, así que arroja la colilla por la ventanilla y se pone a subir el cristal; no tiene ni puñetera gana de aguantar al pedigüeño. Pero queda pasmado, sin terminar de encerrarse, al ver el individuo que se le acaba de plantar delante de la puerta del coche.

El limpia en cuestión, que se acerca sonriente al vehículo, va bien  peinado y afeitado. Cara redonda, buen aspecto, gafas de pasta. Lleva pantalón de traje, perfectamente planchado y, mirando hacia abajo, nuestro conductor ve un par de zapatos impecablemente limpios. En el cuello blanco de la camisa se adivina el nudo de una corbata roja; la camisa y la corbata están tapadas por una camiseta negra con el lema “Empleados Públicos en lucha” en letras blancas. Un funcionario.

Sigamos imaginando como el conductor del coche queda con la boca abierta, dando la cara a la ventanilla medio bajada mientras el, ahora lo sabemos, funcionario le espeta muy sonriente: “Buenos días, señor, perdone que le moleste, soy funcionario de la Administración de… y estoy haciendo un curso acelerado titulado Como Sacar un Sobresueldo para Sobrevivir, en el que una de las prácticas consiste en limpiar cristales. No le pido la voluntad, solo quiero que lea esto” y le entrega un folleto en el que se exponen las subidas salariales a los funcionarios de los últimos diez años, todas por debajo de la inflación o congeladas, la supresión de la paga extra y los dos recortes, también extras, del 5% de sueldo, además de la anulación de las convocatorias de empleo público.

Mientras el tío se queda mirando el papel, el funcionario se aplica al parabrisas del coche; al tiempo llega otra funcionaria, sonriente y bien plantada, de rigurosa minifalda negra y medias de rejilla, con una bandeja en la mano: “¿Hace un cafelito?” le dice guiñándole un ojo -“Cortesía del señor Beteta” –y le pone un purgante de los que salen de la máquina de café en la mano libre, colándole en el salpicadero otro folleto en el que se detallan, ¡qué se yo!, las obras faraónicas ahora inacabadas o inservibles, o una lista de sobrecostes en las mismas, o algo así, de lo que tiene miga.

En estas, el semáforo se pone verde, y los funcionarios cursillistas saltan a la acera, sonrientes y dando las gracias, y el conductor, café en mano y con la boca abierta, se afana en meter la primera mientras los de atrás le pitan (no todos, alguno tiene las manos ocupadas como él). Arranca pensando que si, que quizá tengan razón estos de la Administración. Que todos estamos igual de jodidos, y por las mismas razones; no hace falta mucha metafísica ni mucha ideología a la hora de pagar las facturas.

¿A que está bien imaginado? En media hora igual se hacen diez coches; más caso que paseando las pancartas igual se hace. Esta es una respuesta a la falta de alternativas a la lucha sindical que se plantea en las Asambleas. Oye, igual viene la tele y nos hacemos famosos. Y si no, pues aprendemos un oficio que nos puede venir muy bien, en los tiempos que corren y con la que está cayendo.

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