martes, 26 de junio de 2012

HONOR Y REMORDIMIENTOS

Todavía me acuerdo (como si fuera ayer) de un lejano día de colegio en el que se me hincharon las pelotas, harto de las burlas de mis compañeros de clase por ser un empollón gafudo, y les pedí explicaciones en la parte de atrás del patio. Allí había un terraplén y luego un trozo de prado antes de la verja, muy buen sitio para jugar en el recreo y para arreglar ciertas cuestiones con los puños, o con lo que haga falta, cuando acabaran las clases. 

Allí me enfrenté al imbécil mas alto y fuerte de la clase (Eladio se llama) y allí me defendí sin dar ni un paso atrás; me costó acabar con las narices hinchadas, sangrando y con las rodillas del pantalón rotas.

Pero salí de allí con el honor intacto. Aquellos cabrones no me iban a molestar mas. Por lo menos ese día. Creo que, con la visión de aquellos años, hice lo que tenía que hacer. O por lo menos lo que me hizo sentir mas a gusto.

Por eso me duele mas la otra cara de esta historia; unos años después no defendí a capa y espada, como se merecía, a un amigo que estaba siendo maltratado e insultado. Me aparté de su lado y le dejé a su suerte, que era la vergüenza y la humillación. Y me dolió, y lloré mucho mas que el día que volvía a casa con los morros hechos una pena. Vencido en lugar de derrotado.

Ahora, ya mayor, parece que lo que toca es hacer cosas de las que uno no puede sentirse orgulloso. Puede que por buenas razones: el pan de cada día, los hijos, problemas que surjen...Pero luego te miras al espejo y ves a un crío con la nariz mocosa y sanguinolenta mirándote con ojos duros, preguntándote que que es lo que pasa contigo. Diciéndote que a lo mejor no mereció la pena romperse la crisma en aquel terraplén.

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