lunes, 12 de noviembre de 2012

EJEMPLOS ANÓNIMOS


Quién lo iba a decir: Fulano de tal, cincuentón largo, dedos como sarmientos, barrigona chigrera. El típico que te imaginas inmediatamente bajando al bar después de comer a echar la partida, o a ver el fútbol, tomando un vino, o dos o tres. Y resulta que Fulano escribe. Y escribe bien, tanto que le publican. Y le piden más. Ahí lo tienes. Cuantos escritores no consiguen ni oler una línea publicada. Y los demás dándonoslas de intelectuales y de estudiados, y él, con su maestría industrial y su trabajo de operario, con inquietudes. Inquietudes valoradas, por cierto. Menuda sorpresa.

Pasa que luego te encuentras con Mengana de cual: compañera frisando la cincuentena, funcionaria primero interina y luego de carrera. Pero lo que no sabes es que se casó bien joven, tuvo dos criaturas (o tres, no estoy muy al tanto) y va el marido y la dejó tirada. Y a la pata quebrada; la pensión, si la hay, que muchas de estas ni se atreven a pasar por el juzgado, cuando se le pone a él en los pendientes reales. Y lo de cuidar a los niños, pues ni de coña. Y a ver el mundo por la ventana. Total, ya lo tiene todo hecho. Pero cogió y, con dos ovarios, a preparar una oposición. A sacar horas de la noche y de la madrugada. Y la saca, por delante de un montón de opositores a tiempo completo. “Chapeau”.

Otra muy buena es la de Zutano, el clásico empleado del que nunca se oye nada, pero cuando el jefe dice, sin mayor explicación “hoy se hacen horas extras”, mientras el resto de la plantilla, con muchas protestas a la espalda del mandamás, se acaba plegando, él coge tranquilamente sus cosas a su hora y se va. Dejándolo todo hecho, por supuesto. Cuando le pregunta el jefe que “qué es lo que le pasa” para marcharse, contesta que no le pasa nada. Y que, si le pasara, que es asunto suyo. Pero que él no se queda y mucho menos sin explicaciones. El patroncito, con la boca abierta. Como los compañeros. Posiblemente le echen; igual lo está deseando. Pero no le importa. Ha ganado la batalla moral Ya se buscará la vida que se merece.

Tres pequeños ejemplos de gente con la que quizá te encuentres en el ascensor y te parezcan poca cosa. Gente buena, dura y competente. Con narices. Y hay muchos así. Algún día nos daremos cuenta de lo que tenemos al lado y miraremos más a estos, a nuestros verdaderos ejemplos, que la bazofia que nos hacen mirar por la tele o los periódicos. Quizá entonces pensemos que merece la pena pelear por esta vida.

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