Buenos
días, Andrea, diputada, política, no te extrañes por que entre directamente en
materia; ya sabes que estás en el candelero desde ayer, y no hace falta ninguna
introducción ni explicación. También vas a aguantar que te tutee, porque eres
tú la que ha empezado a hablar en un tono de “confianza”, y en confianza me
dirijo a ti. Uno recoge lo que siembra, dicen, aunque sea solo de vez en
cuando, y en dosis pequeñas.
No
voy a darte explicaciones de quién soy yo, básicamente porque no te importa,
como no te importa la suerte de ninguno de tus conciudadanos de a pie.
Seguramente tienes muy claro que hay una distancia muy grande entre vosotros
los diputados (los trescientos cincuenta) y la gente que con sus votos os ha
elegido, y la que, sin haberos votado, os aguanta resignados, y no merece la
pena interesarse por ellos.
No
quería ponerte ningún calificativo, porque soy una persona comprensiva.
Entiendo que perteneciendo a una familia con tantos miembros destinados a la
alta representación del pueblo, y con tantísima suerte en los juegos de azar,
el estatus elevado, el dinero en abundancia y la vida solucionada, no
necesariamente fácil, estén a tu alcance desde que naciste. Eso te permite
ignorar realidades muy dolorosas, como dice tu Presidente. Me alegro por ello.
No
tienes la culpa seguro de no saber que hay parados que no llevan seis meses,
sino seis años buscando trabajo; que mucha gente ya no puede ni ir a dar una
vuelta al centro comercial, por como está la gasolina, que los vestidos de sus
hijas se convierten en minivestidos dos temporadas después, que se paran
delante de la puerta del bar a charlar, sin entrar, porque ya no hay ni para un
café (ese café cuyo precio afeasteis tantas veces al anterior Presidente), que
el chopped vuelve a ser el rey de las meriendas, y que los sufridos abuelos,
que cobran la pensión, ponen cada vez mas platos en las mesas, al tiempo que
van a distraer algún Gelocatil gratis a la Seguridad Social, para las migrañas
de los hijos, que las tienen por no dormir de preocupación.
Como
no sabes, y, además, no sales demasiado en los focos, te dejaste llevar, y arrastrada
por tu entusiasmo, pues gritaste un poquitín de mas. Y seguro que tanta
repercusión no esperada, ni deseada, es demasiado para ti, para tus nervios, y
para tu humor. Seguro que tu familia y amigos te ven afectada por una situación
tan triste, y están atribulados por verte, sin duda, baja de ánimo, y
arrepentida de haber descubierto tus verdaderos sentimientos hacia el pueblo
español, hacia tus representados.
Así
que quiero que sepas que te perdono. De verdad. Por ignorante, por clasista, por
precipitada y por malhablada. Te perdono de corazón. También aprovecho para
enviarte otro mensaje; es de un amigo mío, Tino, cuarenta y dos años, ferrallista
parado desde hace tres, separado y con una hija, que me dijo que como yo tengo
carrera y escribo mejor que él, te ponga unas líneas en su nombre. Como es un
poco cheli (“de barrio” que diríais vosotros) voy a intentar hacerlo como lo haría
él:
“Diputada,
me han sentao muy malamente las palabras largó por esa boquita el otro día.
Llevo todo el día con una mala leche que me pone una cosa en el estómago que me
hace tener unas ganas de bronca que no veas. Pasa que claro, usted lleva a la
pasma pegada al culo y coche con chófer, así que no puedo arrimarme y decirle
cuatro verdades. Pero tenga cuidao, que a lo mejor el madero que cuida de su
sombra tiene a la parienta, o al padre, o a los hijos, al paro, o regulaos o
como se diga eso, y encima carga con una paga extra menos, así que a lo mejor,
si alguien se le acerca, y no para darle los buenos días, no digo yo que no
haga nada, que el currante siempre procura ser cumplidor, pero igual llega un
segundito tarde, y usted, diputada, recibe la primera hostia, mas rápido que
deprisa. Avisada queda.
Así
que nada, adiós. Y que la folle un pez espada”
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