Y
llegó el verano. Por fin, después de dos semanas de mirar al cielo, llamando al
sol a voces, podemos disfrutar de unos días despejados, de luz en las calles y
en los parques, de calor en la piel. Adiós paraguas y chaquetas de abrigo;
adiós calzado de agua y pantalones oscuros. Fuera manga larga y pañuelos, ¡de
una vez!
Podremos
sentir el tacto del Astro Rey, radiante en la cara, y la caricia del viento en los
hombros y los brazos desnudos. Nuestra piel cogerá color, y contrastará el
tostado con el blanco de nuestra ropa, y el brillo de nuestros ojos. Iremos a
bañarnos, al mar o al río, y el agua fría reactivará nuestro organismo afinando
nuestros sentidos y nuestra sensibilidad.
Comeremos
mas ligero, y mas sano, y nos moveremos mas, estando mas relajados. Nuestros
niños retozarán en los parques y las playas, y estarán mas cansados y mucho mas
contentos. La bebida nos sentará mejor y la disfrutaremos más. Tocaremos a
nuestras parejas, y ellas se dejarán tocar y les gustará.
Y
tendremos una sonrisa en la cara más a menudo, o la estrenaremos por fin
después de dos semanas entre indiferencia gris o desesperación negra. Y
prestará. Y muchas de estas cosas todavía son gratis. Y podemos acompañarlas de
condimento barato: un libro, un bocata, una pelota hinchable. Así que las
disfrutaremos con mas ganas.
Que
razón tenían los antiguos cuando al Sol le daban el rango superior en el
panteón de sus Dioses. Destructor e implacable, pero también purificador y
fuente de vida. Lo tendremos durante cinco mil millones de años mas; gozémoslo.
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