lunes, 20 de agosto de 2012

EL ENCUENTRO (II)

Nunca dejaba de aparecer. Donde quiera que andasen, siempre que la pandilla se juntaba, allí estaba, a cierta  distancia, pero siempre a la vista, con su aire demasiado estirado, fuera de lugar, con media sonrisa y una extraña mirada, entre ingenua y torva, o quizá ingenua o torva según quien le mirase. 

A veces llegaba antes; se lo encontraban en una de las mesas del bar, leyendo un libro, o lanzando unas canastas, solo, en la cancha de baloncesto. Con aspecto torpe y desgarbado, pero con aquella particular forma de mirar y aquella mueca de sonrisa que tanto les desconcertaban.

Había sido su pelele particular. En clase le habían empujado, pegado, le habían gastado las peores bromas y había sido sometido a las mas crueles humillaciones. Al principio lloraba y se sorbía los mocos. Luego dejó de llorar, y apretaba los dientes. Eso no les detenía. Hasta que, al final del curso, un día se encontraron aquella mirada y aquella boca torcida.

Molestos, intentaron burlarse mas, humillarle mas, pero no cambiaba su gesto. No resistía, pero sentían una extraña aprensión al mirarle. Y dejaron de molestarle. Lo ignoraban y lo mantenían apartado, de ellos y del resto de sus compañeros, pero, cada vez mas, iban evitando encontrarse con sus ojos.

Luego llegaron las apariciones. Primero en el camino a sus casas, aparecía extrañamente  en una esquina, miraba y se iba, sin hacer caso de los insultos, ni de las ocasionales pedradas. A veces se retiraba sangrando, pero impávido. Después, en las quedadas en los bares después de las clases; aunque se comunicaran por gestos, aunque cambiaran los planes una o varias veces, siempre acababa apareciendo.

Y llegó el miedo. Intentaron huir de él, pero no sabían como. Siempre volvía. Y empezaron las discusiones, y los reproches. Y todos los días avanzaban temerosos hacia su casa, sabiendo que en cualquier esquina se encontrarían con aquella cara. Y miraban atrás amedrentados, esperando que en cualquier momento pudiera cruzar la calle y seguirles.

Pasó el tiempo. Tres de ellos se engancharon a la droga. Uno murió, alcohólico. Otro se arrojó por una ventana. Todos, poco antes de caer al pozo, juraron que seguían viéndole.


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