“Había una vez un hombre enfermo en una casa en llamas, en cuya ayuda
acudió un bombero.
- No me salve – dijo el enfermo-. Salve a los que son fuertes.
- ¿Tendría la
bondad de explicarme por qué? – Preguntó el bombero, que era un hombre educado.
- Nada sería mas
justo – respondió el enfermo-. Debe
preferirse a los fuertes en todos los casos, pues pueden prestar mayor servicio
al mundo.
El bombero reflexionó unos instantes, pues era un hombre de cierta
filosofía.
- Concedido –dijo al fin,
mientras una parte del tejado se desplomaba-,
pero, por seguir con nuestra conversación, ¿Cuál sería en su opinión el
servicio de los fuertes propiamente dicho?
- Nada mas fácil
–respondió
el enfermo-. El servicio de los fuertes
propiamente dicho es ayudar a los débiles.
El bombero reflexionó una vez más, pues no había en ese hombre
extraordinario premura alguna.
- Podría
perdonarle por estar enfermo – dijo entonces, mientras se derrumbaba una parte
de la pared-, pero no puedo tolerar que
sea usted tan idiota.
Dicho lo cual levantó su hacha, pues era un hombre eminentemente justo,
y partió en dos al enfermo en su lecho.”
Fábula de R.L. Stevenson (1850-1894)
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